martes, 6 de febrero de 2024

Laguna Negra

 


En la Sierra de Barco, la escondida Laguna Negra o Laguna Cuadrada quiso por esta vez mudar su apellido y así mostrarse resplandeciente de blancura para enloquecimiento de los protagonistas de este relato. La crónica es de Carlos del Amo:

            Dispuestos a una odisea más, el reconocido “Grupo de montaña San José” se enfrenta a un nuevo objetivo que alcanzar. El viernes 2 de febrero, una pandilla de jóvenes alumnos y docentes del colegio San José con un apetito voraz por la aventura se reúne para embarcarse a la Sierra de Gredos. Se trata de un grupo de lo más variopinto, gente experimentada que ya había pisado más de una vez las montañas y por otro lado otros que iban a gozar por primera vez de esta experiencia, que estoy seguro de que no va a ser la última. 


            Al llegar al albergue marista muchos se llevaron las manos a la cabeza al ver que no había cobertura para teléfonos móviles ni conexión a la red. En un mundo como en el que vivimos esto parece inconcebible; sin embargo, no nos damos cuenta de la de cosas que ignoramos por estar pendientes del teléfono. Me atrevería a decir que este fue el motivo por el que tuvimos un ambiente tan hogareño dentro del lugar, arropados por el calor de la candela y deleitados por la armonía de la guitarra. Algunos se disponían a jugar ajedrez (pasatiempo favorito de muchos de nuestros montañeros) y otros disfrutaban con la baraja española o con el “Uno” con entretenidos juegos de cartas. Sin lugar a duda cabía destacar el aura familiar que tuvimos durante nuestra estancia, propia de un grupo sumamente unido. La colaboración e implicación en la elaboración de la cena, en recoger, en limpiar... Sentimiento de compromiso y equipo que nos hacía vernos muy cohesionados entre nosotros.



            Claro que no todo es la estancia en el albergue. ¡La Laguna Cuadrada nos esperaba, y estando calentitos al lado de la chimenea no íbamos a alcanzarla! El sábado nos metimos un buen madrugón acompañado de un saciante desayuno para poder afrontar la larga marcha que nos aguardaba. Tras serpenteantes y turbulentas carreteras, llegamos a nuestra parada donde iniciaríamos nuestro rumbo hacia la laguna. Contra todo pronóstico, un día soleado venía por delante, y los abrigos, guantes y gorros quedarían relegados a la mochila, lo que hizo esta marcha, en mi opinión, muy disfrutable y amigable para los recién llegados.



            La belleza de la Sierra es de admirar, sobre todo en zonas de llanos en altura donde puedes contemplar todo el paisaje frente a ti. En momentos como esos me doy cuenta de que la montaña es uno de esos sitios que te hacen sentirte vivo, trae adrenalina a nuestro cuerpo, una sensación de curiosidad por lo desconocido, por ver que hay más allá, ese hormigueo característico en la barriga que surge cuando algo te emociona. Llegamos allí para convertirnos en niños libres en un gran patio para la exploración, para disfrutar, jugar y reír, ayudarnos y ver como todos, como conjunto, vamos avanzando frente a los retos que nos impone la naturaleza. 


























            Realizamos una parada en la laguna del Barco, a los pies de la Covacha. Nos hallamos a la mitad de nuestra subida. Un lugar precioso, hasta cierto punto mágico; pero no nos podíamos permitir seguir allí mucho tiempo. Un poquito de salchichón y unos dátiles (indispensables en la mochila de cualquier montañero) y proseguimos con nuestro camino. La nieve empezó a presentarse a partir de este punto. Era impresionante ver como un montón de nieve podía fascinar a aquellos que nunca la habían visto. Siempre hay alguno con ocurrencias maliciosas que decide iniciar una guerra, pero no una cualquiera: una de bolas de nieve. He de admitir que es de esas cosas que genuinamente te hacen carcajear sin control, en busca de atinar otro proyectil más en el cuerpo de un compañero para acabar ambos en un ciclo constante de represalias, terminando todos sin aliento, riendo por la situación. Ciertamente la nieve es algo tan simple, pero que a su vez la podemos convertir en un instrumento recreativo que nos otorga una diversión incomparable, la cual no sería posible sin la existencia de compañeros con la que compartirla.











            Antes de llegar a la Laguna Cuadrada nos encontramos frente un muro de roca, en el que necesitaríamos no sólo de nuestras piernas, sino también de nuestras manos para treparlo. Tras el esfuerzo de todos y gracias a la ayuda prestada por los versados a aquellos que, o bien les daba miedo, o no se veían capaces, seguimos ascendiendo hasta finalmente alcanzar la Laguna Cuadrada. Aquello parecía de película, un paisaje que a todos nos dejó atónitos, con los ojos como platos. Un espacio donde la nieve recubría las rocas de alrededor, dejando la laguna en el centro, completamente congelada, lo que permitió que pudiésemos cruzar por encima de ella. Esta gran pista de hielo, como era de esperar, fue escenario para el entretenimiento, con gente deslizándose y jugando. Y cómo olvidar a nuestro muñeco de nieve, a quien formamos con tanto cariño y dedicación.          




























            Era tiempo de irnos de aquel paradisíaco lugar. Como dice nuestro mentor don Luis, la verdadera cima se encuentra abajo, en el albergue. Se trató de una bajada amena, un momento de recapitulación de lo vivido aquel día, de recordar esas experiencias que nos habían marcado y de darnos cuenta de lo eternamente agradecidos que tenemos que estar de poder vivir esta clase de experiencias inolvidables. Llegamos a las furgonetas al borde del anochecer y, en mi caso, regresamos por la carretera acompañados de las sublimes canciones que nos seleccionaban Andrés y Jaime, de quienes tengo que admitir que tienen un gusto musical envidiable.





















            A pesar de estar cansados, seguíamos con ganas de guerra, un ímpetu incansable que nunca se agota, por lo que nos regocijamos entre melodías y carcajadas esa última noche antes de partir de vuelta. La mañana siguiente fue emotiva, el final de una travesía que había unido a tantas personas, pero la vida continúa su curso, y el Grupo de Montaña San José también, por lo que encontramos consuelo en que esta no será la última de nuestras odiseas. Con un Padre Nuestro, todos en comunión, agarrando la mano de los compañeros de los lados dimos por finalizada esta aventura, siempre llenos de gratitud por este regalo que nos ha otorgado Dios y aquel peregrino que decidió iniciar la comunidad de Jesuitas, San Ignacio, puesto que si no fuese por él ninguno de nosotros podríamos haber compartido esta bonita, no sólo afición, sino estilo de vida. Muchas gracias por esta oportunidad a los implicados en organizarla, a Rafa con sus siempre impresionantes instantáneas de calidad incuestionable y en general al grupo por hacer de esto un recuerdo que quedará sellado para todos nosotros en un huequito de nuestra memoria.


7 comentarios:

  1. Bonito dia, estupenda actividad y gran disfrute por lo que veo. Enhorabuena y a por la próxima 👍👍💪💪😂😂

    ResponderEliminar
  2. Enhorabuena a los adultos y sobre todo a ese grupo de jóvenes montañeros, no hay más que ver las fotos para llenarse de juventud, aventura y entusiasmo. Gracias por compartir con nosotros vuestra experiencia.

    ResponderEliminar
  3. Amor a la montaña y a la aventura de este fantástico grupo de jóvenes y adultos!!!

    ResponderEliminar
  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  5. Gran experiencia y grandes cocineros. 🧊=🐧

    ResponderEliminar
  6. Que experiencia más bonita, merece mucho la pena, lo pasamos genial y ya estamos esperando la próxima.

    ResponderEliminar
  7. Antonio Cabeza Arroyo11 de febrero de 2024, 13:25

    Muchas veces uno camina sin saber hacia dónde, atravesando paisajes sin sentirlos, como si piernas, cabeza y corazón fueran cada uno por su lado. En la montaña eso no pasa. La cabeza y las piernas tienen claro el destino, y se hace imposible no sentir el camino.

    ResponderEliminar